Por lo que se ve todos los días a la luz pública, todavía no sabemos. Por una parte un oficialismo que quiere imponer sus ideas por el bien de las mayorías y una oposición que quiere destruir al oficialismo a como dé lugar, porque se siente terriblemente amenazada en sus intereses.
Como casi siempre para expresar nuestra opinión, nuestros demandas, nuestro diálogo tiene el nombre de huelgas de hambre, o son las marchas y los bloqueos o los paros cívicos o cínicos. Y un parlamento en el que se habla sin escuchar al otro, sin deseo de comprender lo que dice y piensa el otro y menos el saber porqué lo dice y porqué lo piensa. Muchas veces ni nosotros mismos sabemos el porqué de lo que pensamos y decimos.
No sabemos vivir en democracia por que nos hemos criado en una sociedad verticalista y antidemocrática, desde la familia con muchos padres autoritarios y machistas, en que el miedo a la libertad de los hijos los somete a una obediencia ciega y esterilizante.
Y muchas de las instituciones más importantes de nuestra sociedad como la escuela, el ejército, la iglesia, las empresas, son autoritarias y verticales. La educación en la que no se educa para la libertad ni para la comunicación personal y sí para una disciplina represiva y una obediencia que aborta la capacidad creativa y reflexiva de los estudiantes. El ejército en que la obediencia es ciega y el mejor soldado es el que no piensa ni opina.
La Iglesia, que al decir que la autoridad le viene de Dios, prohibe la duda, la autocrítica y la libertad de opinión y de pensamiento, en la que todas las autoridades son nombradas a dedo por el Papa, sin posibilidad de voz ni voto para sus seguidores. Y las empresas tanto estatales como privadas, muchas de ellas todavía en el esquema del patrón de hacienda. Difícil que con todo ese panorama eminentemente vertical y antidemocrático sepamos vivir en democracia.
La sociedad occidental con todos sus adelantos científicos y técnicos se ha aplazado en relaciones humanas, en saber dialogar para resolver sus diferencias. La sociedad todavía sigue el esquema mental de los griegos, a pesar de que ya Platón hablaba de democracia, pero para Aristóteles era más importante el orden jerárquico de las cosas y de las gentes, y la pirámide se fraguó tanto en la iglesia medieval hasta hoy día, como en la sociedad y sus instituciones.
Sólo algunas excepciones, en las comunidades más originarias, que son excluidas de esta nuestra pirámide, algunas cooperativas, algunos sindicatos, no muchos, algunas organizaciones sociales o de vecinos, algunas pocas comunidades cristianas… excepciones éstas que, por serlo, confirman la regla.
Y aquí me remito a un determinado autor: “La democracia no es una mera idea política o una simple cláusula de la constitución de cualquier Estado, sino la esencia de un sistema de valores, como la igualdad de derechos, la autonomía personal, la libertad de palabra, la tolerancia, el diálogo, la escucha para la comprensión del otro, algo así como el fundamento de un nuevo estilo de convivencia basado en el respeto mutuo, que implica aceptar la decisión de la mayoría, tolerar los puntos de vista de las minorías e incluso reconocer un cierto pluralismo ideológico” (Eugen Drewermann)