Dos hermanos con la misma formación hasta que salieron profesionales y dos visiones tan distintas de la realidad. Él, hoy, es arquitecto. De universitario fue izquierdista, casi lo apresan en el golpe de García Mesa, después ha sido partidario, primero, del Goni, después del Tuto y ahora del Manfred. Su hermana sin ninguna inquietud política ni social hasta que le tocó trabajar cuatro años en el campo. Allí despertó y hoy sin ser del MAS apoyará decididamente al gobierno actual con la esperanza de que alguien, por fin, beneficie al campesinado y a los pueblos indígenas después de tantos siglos de descuido y marginación.
La realidad se puede ver desde arriba o desde abajo. El que nunca ha estado conviviendo con los de abajo no podrá, por falta de esa experiencia, comprenderlos y menos ponerse de su lado. Y la causa de su pobreza, según él, será su mismo abandono, porque son flojos, sucios y cualquier otro adjetivo que justifique su menosprecio, pero claro, nunca se dejará llamar racista. Un racismo por otra parte heredado, sin culpa, pero racismo. Y para los de abajo es casi imposible que ese menosprecio no se sienta y se respire, hasta despertar un racismo en dirección contraria, hacia el blanco, al citadino y al bien acomodado.
En la sociedad esto es comprensible, así se ha estratificado la sociedad mal o bien, más mal que bien, es casi como natural, nadie está hoy por su culpa en un lado o en otro y así como es natural que el pobre quiera salir de su pobreza, también es natural que el rico no quiera ser pobre e incluso que quiera ser más rico, lo contrario sería ir contra la naturaleza del ser humano y de las cosas. Claro que al irse agudizando la diferencia por el sistema económico en el que estamos inmersos ello puede ser causa de grandes desastres, como en la guerra civil española con un millón de muertos.
Pero quiero llevar ahora mi reflexión a otro campo, al de la Iglesia católica, que no es luz, pues en ella se da la misma división, la de los pobres y la de los que han tenido la experiencia de convivir en el mundo de los pobres y los que han vivido siempre un cristianismo de salón, de ciudad, o desde arriba, como muchos cristianos, sobre todo curas y obispos, que aunque hayan estado en una parroquia pobre no han convivido con los pobres, por la estructura vertical o piramidal de la iglesia. Con los pobres, pero desde arriba, desde la autoridad e incluso desde el poder, a lo más teniendo que optar por ellos, pero no con ellos, teniendo que in-culturarse, pero no ínter-culturarse, aunque claro está siempre hay excepciones y muy honrosas, hoy más que nunca entre sacerdotes, religiosos, religiosas y hasta algunos obispos como Monseñor Romero y Pedro Casaldáliga para citar a algunos, pero que por ser excepción confirman esa realidad.
Unos y otros tendrán visones distintas de iglesia y del mundo. Los que la ven desde arriba, será vertical, piramidal, como lo más natural, y así verán a Jesucristo como el rey de reyes, al papa como su vicario y así hacia abajo, obispos, curas religiosos, luego religiosas, catequistas, y por último el pueblo de Dios y en él todavía primero el varón y por último la mujer, pueblo al que no se lo ha instruido en la fe, por que el mejor soldado es el que no piensa como reza una de las Ordenanzas de Carlos III de la legislación militar española. Y el mundo y la carne como los enemigos del alma.
La otra visión será más comunitaria, más democrática, sin superiores ni inferiores, en la que Jesús es tan humano como cualquier humano y sólo en esa su humanidad nos puede revelar la divinidad, amigo de los pobres, conviviendo con pecadores y prostitutas, conviviendo con ese pueblo pueblo con el que llora y ríe al compartir sus fiestas, sus bodas y su mesa. Su lenguaje es fácil, su vestido es como el de todos, nos dice a nadie le llaméis padre, y libera a los seres humanos de sus esclavitudes, comenzando por las esclavitudes religiosas. El mundo es el que lo necesita y la carne se ha divinizado con el misterio de la encarnación.
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